Por Martín Borja /

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Septiembre es un mes extraño. Todo parece nacer y mirar hacia adelante, pero  -también sabemos- lo nuevo trae consigo alguna muerte, un último suspiro. Un mes contradictorio septiembre, dolorosamente absurdo para la historia de un artista como Víctor Jara. Fue el mes que lo trajo a la vida, en 1932. El que le dio también un nuevo nacimiento en 1970, cuando lo alcanzó el fuego de la esperanza encarnado en la Unidad Popular de Salvador Allende, ganador de las elecciones, hecho que lo empujó definitivamente a la militancia más comprometida que hubiera jamás imaginado. Septiembre…el mes que tres años después eligió Pinochet para pisotear las transformaciones sociales y los sueños de tantos chilenos y latinoamericanos que –como Jara- creían que valía la pena comprometerse por un futuro más justo. Y fue septiembre también el que se lo llevó salvajemente bajo las balas y las torturas de los usurpadores militares, cuando estaba por cumplir sólo 41 años.  

 “Allá donde todo aquel setiembre/ no alcanzó para llevarse la tempestad/ allá donde mil poesías gritaron/ cuando le cortaron al poeta sus manos/ uy, uy, uy, si hasta el cóndor lloró.”, canta el argentino León Gieco en homenaje al cantautor chileno.

           La tempestad siguió por muchos largos años más, sin Allende, sin Pablo Neruda, sin Jara y sus compañeros. Sin una sola voz que pudiera diferenciarse del discurso represivo de la dictadura, mientras que en los países vecinos el virus asesino se iba enquistando también en cada cuerpo, en cada oído, en cada mirada. Crecía el terror, y el silencio era el nuevo lenguaje.

“En mitad de la larga fila de cadáveres descubrí a Víctor ¿Qué te han hecho para consumirte así en una semana? Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante (…) las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas; pero era Víctor, mi marido, mi amor. En ese momento también murió una parte de mi” (Joan Jara, viuda de Victor Jara)

Nacido en un pequeño pueblito llamadovictor jara 01 Lonquén, situado en la región central de Chile, a escasos treinta kilómetros de Santiago, Víctor creció junto a sus padres campesinos Manuel y Amanda, en cuyos nombres se inspiró luego para componer los famosos versos de ´Te recuerdo Amanda´. Ella, además, era cantante y su pequeño hijo la acompañaba frecuentemente tocando la guitarra en fiestas rurales. También ayudaba a su padre en la tarea cotidiana de trabajar la tierra. Cuando su madre murió, y luego de un breve paso por el Seminario religioso, se instaló en Santiago e ingresó en 1953 a la Universidad de Chile, donde estudió Actuación y Dirección de Teatro, además de participar en el Coro, en diversas agrupaciones musicales y en proyectos de investigación folclórica.  

 “Cuando me detuvieron, me llevaron al Estadio de Chile. Fue por la tarde del 12 de setiembre. Allí ya había muchos prisioneros (…) Vi a un grupo de jóvenes que los soldados iban arreando, apuntándolos con metralletas. Al comandante le dijeron: ´Son los de la Universidad Técnica´. Los pusieron en fila también. (El comandante) Manrique recorrió la fila y señaló con el dedo a un preso:  ´A ese me lo dejan a mi también´. No quería dar crédito a mis ojos. Se trataba de Victor Jara. Varios soldados se animaron: ´Aqui está el cantante Jara´. Pero el oficial les cortó: ´Este señor quiere pasar por otro. Es un líder extremista´. Esa calificación era suficiente para justificar el asesinato”. (Testimonio de Danilo Bartulin, médico personal de Salvador Allende y sobreviviente del Estadio Nacional; acompañó los últimos minutos de vida del presidente y también del cantautor)

GUITARRA TRABAJADORA

El currículum artístico de Víctor habla de un ser inquieto y sumamente talentoso. El legado de su obra, visto desde hoy, realza su belleza y su profundidad. Durante más de quince años se dedicó activamente a la actividad teatral, dirigiendo con gran éxito varias obras y desempeñándose a la vez como profesor y como miembro del directorio del Instituto del Teatro de la Universidad. Viajó primero a Argentina, Uruguay, Venezuela y Cuba, y luego realizó giras teatrales por casi toda Europa. En 1965, recibió el premio Laurel de Oro como mejor director por la puesta de dos piezas: La Remolienda y La Maña, por las cuales también ganó el premio de la Critica del Círculo de Periodistas.    

Casi paralelamente, intentó de a poco, hacer música. A fines de la década del 50 había conocido a Violeta Parra, quien lo alentó para que se dedicara al canto. Violeta, finalmente en los 60, se convertiría en la mayor expresión de la Nueva Canción Chilena, y Víctor le seguiría los pasos. En 1962, grabó su primera canción como compositor: Paloma quiero contarte. Sin embargo, recién cuatro años después grabaría su primer disco, donde se destacaban canciones como Juan sin Tierra, Plegaria a un labrador y Duerme duerme negrito. En 1969, viajó a Helsinki (Finlandia) donde participó de un Festival Mundial de Jóvenes por Vietnam. Renunció parcialmente a su actividad teatral para dedicarse en pleno al canto popular. Desde 1971, viajó nuevamente por toda América, pero esta vez participando además del Congreso de Música Latinoamericana de Casa de las Américas en la Habana. El fervor por los cambios políticos que venía realizando su país lo llevó a difundir la causa por todos los rincones, y así se convirtió en Embajador Cultural de Chile. Para ese entonces, había valorizado, como tantos otros cantautores de su generación, a la canción popular como una verdadera bandera de lucha, como una generadora de conciencia.       

 “El estadio, que daba cabida a cinco mil personas, estaba repleto. Para dominar a los prisioneros, por la noche cegaban con potentes reflectores. Ametralladoras pesadas sobre trípodes apuntaban a las graderías llenas de gente para amedrentar a los prisioneros (…) Víctor se mostraba pesimista respecto de su destino. Pensaba que no saldría de allí. Traté de animarlo. Aunque presentía su próxima muerte, seguía siendo el de siempre. Se portaba con valor, con dignidad, no pedía gracia a sus torturadores…” (Testimonio de Danilo Bartulin)

 El día del golpe encontró a Víctor Jara en la Universidad Técnica del Estado, donde preparaba una exposición cultural contra el fascismo. Los estruendos de los bombardeos y el humo de las metralletas que llegaban desde La Moneda inmovilizaron a profesores y alumnos. El cantor no se dejó dominar por el terror y con su guitarra siguió durante ese día tocando para los estudiantes. A la mañana siguiente, la Universidad fue tomada por las tropas militares y todos los que estaban allí fueron golpeados y arrastrados al Estadio Chile, aquel campo que tiempo antes había aplaudido con entusiasmo al cantor. 

En aquellos días de dolor y tortura, Víctor Jara, antes de ser acribillado el 16 de setiembre, escribió los que serían sus últimos versos, que fueron rescatados por un sobreviviente:

 “Canto, qué mal me sales/ cuando tengo que cantar espanto!/ Espanto como el que vivo/ como el que muero, espanto/ de verme entre tantos y tantos./ Momentos del infinito/ en que el silencio y el grito/ son las metas de este canto/ Lo que veo, nunca vi/ Lo que he sentido y lo que siento/ hará brotar el momento.”